INFORMACIÓN ADICIONAL SOBRE LA CALABAZA
Al parecer, la planta calabacera, pariente botánica del melón, el calabacín, la sandía y el pepino, tuvo su origen en la zona entre Guatemala y México donde hace unos diez mil años se plantaban variedades silvestres que tenían poca pulpa y sabor amargo. Pero los agricultores americanos fueron seleccionando las semillas hasta conseguir un alimento dulce y aromático.
Pertenecen a las familias Cucurbita maxima, C. moschata y C. mixta, y hay muchas variedades de diferentes tamaños y colores –del amarillo al naranja, pasando por el rojo, el verde, el azul y el gris—
PROPIEDADES DE LA CALABAZA
Esta hortaliza tiene una gran riqueza vitamínica,especialmente de betacaroteno o provitamina A y de las otras dos vitaminas antioxidantes, la C y la E.
También suministra licopeno, el mismo pigmento antioxidante del tomate, y varias vitaminas del grupo B, (B2 y B6 y ácido fólico).
Entre sus minerales destacan el potasio, el fósforo, el magnesio, el hierro y el cinc.Aparte de poco calórica, es uno de los alimentos más medicinales de nuestra huerta. Las semillas, ricas en cinc.
BENEFICIOS DE LA CALABAZA
Por su composición nutricional, la calabaza es muy saludable para todas las etapas de la vida. Es, además, un alimento conveniente en caso de diabetes, pues aunque sea dulce, sus azúcares se absorben lentamente y no sobrecargan el páncreas. Consumida habitualmente puede resultar beneficioso en muchos otros trastornos de salud:
- Aparato urinario: cistitis, prevención de cálculos renales, retención de líquidos, insuficiencia renal.
- Sistema cardiovascular: hipertensión arterial, prevención de la angina de pecho, mantenimiento de nivel adecuado de colesterol y anemia.
- Sistema inmunitario:infecciones crónicas, gripe, prevención de enfermedades degenerativas.
- Aparato digestivo: gastritis, úlcera gastroduodenal, estreñimiento, parásitos intestinales.
- Sistema nervioso:ansiedad, estrés, depresión, insomnio.
- Enfermedades metabólicas: obesidad y exceso de ácido úrico.
- Aparato respiratorio: faringitis, laringitis, bronquitis, asma.
- Salud ocular: fotofobia, ceguera nocturna, cataratas.
Para elegir una buena calabaza de otoño conviene fijarse en la piel. Si es lisa y fina, puede estar un poco verde.
LA MEDIDA SAGRADA
Un texto de Pedro Casamayor
Trenzada la luz de la luna creciente de marzo, me dispuse a sembrar las semillas de calabaza. Con un golpe de azada puse ritmo a la puesta.
En el momento en el que uno ubica un deseo de vida sobre la tierra. En ese instante, carente de certeza, es cuando sientes a tu alrededor la presencia de miles de entes a los que no puedes poner razón ni nombre. Igual que las hojas verdes de los chopos vislumbran la intención del otoño, percibes a estas fuerzas estirando en todas las direcciones, afectándote de múltiples formas. Hay algo presente en todo esto que se nos resbala. Es mucho lo que no podemos definir con palabras ni claves de humildes mortales. Solo nos queda sonreír y aplicar algo que leí no sé dónde y que decía: cuando surgen demasiadas cuestiones difíciles de entender: “bailar con lo que se escapa”.
Y es “con lo que se nos escapa a muchos” con lo que engordan las calabazas.
A los diez días, si la climatología ha sido benévola, empiezan a asomar las primeras hojas verdes de calabaza. Las más tiernas y atrevidas se someterán a las lecciones de la escarcha más rezagada, a la mordida de los insectos y los cambios de humor de la primavera. Tan pequeñas y ya sus células tienen la memoria del orden del cosmos en su interior.
Las manos del campesino abonan y ablandarán la tierra con un discurso paternal basado en el silencio y en el rumor del agua acercándose a las raíces. El resto lo dejamos en manos de la geometría del misterio. Lo que haga la luna con el sueño hondo de las larvas bajo tierra, no lo sabemos. Ignoramos el significado de la danza de las abejas ante la hora de elegir una flor u otra. Desconocemos las convulsiones que se producen en el infinito para ensanchar y diseñar, noche tras noche, el sólido cuerpo de nuestras protagonistas anaranjadas.
No conocemos la medida sagrada que se reproduce en el vientre de las cucurbitáceas para configurar miles de semillas alineadas y llenas de distintas memorias. Ni de dónde viene el pensamiento de que, cuando yo me marchite y ya no sea este cuerpo, ellas seguirán viviendo como libros continentes de sabiduría. A favor nuestro sabemos que la medida del hombre es la belleza pero hay saberes que con el ruido y la falta de atención pronto se olvidan.
Mientras crecen y se dilatan en el bancal, nadie las nombra. Solo la luz conoce su intimidad, coloreada por la música del sol cuando cae por el horizonte y por el canto de los gallos. Es exclusiva de la oscuridad y de la lechuza, colocar en perfecta secuencia las hileras de simientes atendiendo a esa máxima de: “Todo según el número, el peso y la medida”.
Significar su tiempo en la huerta es mi objetivo. Hacer de cada zarcillo un símbolo al que agarrarnos cuando se nuble nuestro trozo de cielo. Cuidándolas y preparándolas para el momento sagrado de la cosecha donde ellas te devolverán, simplemente, lo que tú le has ido dando.
Hoy todo reluce más claramente. Mediocre fue el tiempo. Una mano en la sombra, cuando puse respuestas frías y calculadas a la crecida de las malas hierbas. Al sonido de las hojas de la mimbre llorona de octubre, a la felicidad que humea después de un paseo por un camino de limones y palmeras.
Ungüento de ruda para nuestros dolores y vino caliente para el alma. Demasiado conocimiento se nos escapa en las cosas más simples.
Nadie nos paramos a percibir que la alegría es una forma de respirar. Solo las calabazas saben de un ritmo en el que, bajo el influjo de los planetas, ensanchan su costado.